LAS MURYANS.



Un granjero se jactaba ante sus vecinos por las espléndidas cosechas que durante diez años seguidos habían obtenido en su granja. El lo achacaba a la destreza con la que trabajaba la tierra y se reía de todos aquellos que se lamentaban por las invasiones de hormigas que asolaban los campos. El solo creía en el trabajo y el esfuerzo y no en la buena o mala fortuna, y por supuesto nunca iba a permitir que unas simples hormigas le arruinarán su cosecha. Y si el resto de los granjeros le hablaban de las Muryan y le advertían que no debía de matar a las pequeñas hadas del tamaño de una hormiga, él se burlaba y les decía que eran cuentos de niños.

Un buen día ocurrió que un grupo de Muryans merodeaban felices cerca de la granja. Cuando el Señor Thompson las vio, no se detuvo a comprobar si se trataban de verdaderas hormigas, como le habían advertido, y cometió el error de todos sus vecinos; desvió una parte del río hacía allí y las ahogó a todas. Desde aquel día y para siempre, todos los inviernos se desbordó el río alcanzando las tierras del señor Thompson y arruinándoles a su paso toda la cosecha.

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