AFGANAS INMOLADAS POR DESAMOR.

Cientos de mujeres se queman vivas por el desprecio y las humillaciones
a que son sometidas en el país de los talibanes.


Solo en la provincia afgana de Herat, cientos de mujeres se queman vivas cada año. El 70% de ellas muere.

Me gustaría que tuvieses un poco de piedad / y que fueses el único que se quedara conmigo/. Que fueses como la vela. Como una mariposa te haré el amor / y tú me iluminarás con tu luz.

Asghar, el traductor, la observa enternecido, con una mirada poco común en un afgano cuando lo que mira es una mujer. Es una mirada de admiración. “Ojalá pudierais entender bien nuestro idioma. Sus poemas son… son muy bonitos, suenan como música en dari”, dice.

A Rahibe sus padres la entregaron en matrimonio por diez ovejas. “No sobrevivieron al frío del invierno –cuenta-. Cuando vi a mi marido por primera vez pensé que si hubiera sabido antes cómo era, me habría matado para evitar casarme con él. Era feo, bajo y debilucho”.

No lo hizo. No entonces. “No intenté resistirme. No hice nada. Simplemente me casaron y me llevaron”, dice. Y aguantó. Meses. Hasta que no pudo más.

En días o en semanas la mayoría de las mujeres que está en el hospital
de Herat en Afganistán, muere por las graves quemaduras,
secuelas de sus intentos de autoinmolarse.

Hasta que los desprecios, los malos tratos, las humillaciones de su familia política y la especie de asedio vital que le impusieron a ella y a su hijo recién nacido la llevaron al límite. Y se inmoló. Roció su cuerpo de combustible y le prendió fuego.

“En el momento en que me quemé, estaba fuera de mí, ni siquiera sentí dolor”. El dolor vino después, en el hospital. Tenía el 70% del cuerpo quemado. “Cuando estuve ingresada, estaban conmigo mi madre, mi suegra y mi marido. Mi madre le decía a mi marido que yo estaba muy débil, que me comprara comida. Y ese cabrón, ese cobarde, dijo: ‘No, ha sido su culpa, deja que se muera como un perro”.

Nadie creía que iba a sobrevivir. Hubo otras mujeres en el hospital con menos quemaduras que fueron muriendo poco a poco, en una lenta agonía, por infecciones simples que se cebaban con su piel indefensa. Los médicos no le daban ninguna esperanza. “No paraban de decirme: ‘Tranquila que mañana o pasado vendrá el Ángel de la Muerte para llevarte’. Pero no vino”, dice. Y se ríe.

Rahibe tuvo suerte, sobrevivió y ahora está bajo el cuidado de una ONG española, ACAF. Pero el 70% de las más de 700 afganas que se autoinmolaron en el 2006 en la provincia occidental de Herat murieron. Y Herat pasa por ser una de las zonas más “liberales del país”, hasta ahora lejos del renacimiento de la influencia talibán. No hay cifras fiables para el resto del país porque el acceso a las mujeres en el sur y en el este, las zonas de mayoría pasthún, está prácticamente vedado. Pero son miles. Una especie de suicidio masivo que tiene perplejos a cuantos se han acercado a investigarlo. No tanto porque las afganas decidan suicidarse, sino por la elección de este método que solo les asegura una de las agonías más terribles a las que se puede enfrentar el ser humano.

En el hospital de Herat hay un ala exclusiva para mujeres quemadas,
como una consecuencia de esta ‘epidemia’ de intentos de suicidio.


“Las que veis van a morir”

Octubre del 2006. Nuestra primera visita al hospital de Herat. “La mayoría de las mujeres que veis aquí van a morir. En dos días, unas semanas. Morirán”.

Ibrahim Mohamedi, el jefe de la unidad de quemados del hospital de Herat, pronunció la frase como si fuera un teorema científico, un hecho frío y escueto salido de la boca de alguien que ha convivido con el horror demasiado tiempo. Al fondo de la sala de quemados chirriaban los gritos de una mujer a la que le estaban cambiando las vendas, que suplicaba que la dejasen en paz, que parasen ya.

En el país del opio, con cultivos a menos de 50 kilómetros de ese hospital, no había morfina para calmar el dolor, solo sucedáneos, más baratos y menos efectivos. Había moscas por todas partes. En apenas 20 metros cuadrados, entre la suciedad y la angustia, se hacinaban ocho mujeres que coquetean con la muerte. Casi todas se habían autoinmolado.

Como director de la unidad de quemados, Mohamedi ganaba 35 euros al mes por hacer aquel trabajo de administrador de agonías. El resto del personal era voluntario. No tenían medicinas. Solo gasas y pomadas. Dispensaban atención, pero los medicamentos se los tenían que comprar los pacientes. La mayoría eran tan pobres que no podían hacerlo, así que los médicos los pagan de sus bolsillos. La situación mejoró con el tiempo.Ahora la cooperación internacional ha traído a Herat un hospital más moderno y un ala para mujeres quemadas. Hay personal hospitalizado, hay dinero. Hasta morfina. Hay hasta un descenso en los casos en los últimos meses. Sin embargo, las historias siguen siendo igual de terribles.

“Mi marido me pegaba todos los días. Lo hacía con el palo de sacar el pan del horno. Todos los días, durante cinco años. Le dije que si lo hacía una vez más me suicidaría. Y me pegó. Salí de la casa llorando, cogí la gasolina de la moto, me la eché por encima y me prendí fuego”, nos contó Sabyana Abdurrashul. Tenía 18 años y quemaduras en el 100% de su cuerpo. Más de la mitad eran de grado 3 y 4, calcinación hasta el hueso. Su cara era una cicatriz negra y blancuzca. Se casó con 13 años. Le preguntamos si en sus cinco años de matrimonio tuvo al menos algún momento de tranquilidad. Negó con la cabeza cuanto pudo hacerlo: “No, me pegaba todos los días. Desde el principio”. Su marido la visitaba todos los días y cuidaba de ella. “Es que nos queremos”, dijo por toda conclusión.

El 80% de los matrimonios que se realiza en Afganistán se hace por la fuerza.
La mayoría de mujeres está casada antes de los 16 años.

El acto supremo de voluntad


Nadie duda de cuál es el motor que lleva a las mujeres al suicidio. Afganistán es un país con un 80% de matrimonios forzosos. El 85% de las mujeres son analfabetas. El 57% está casada antes de los 16 años. Shanas, otra de las chicas que entrevistamos, lo estuvo con diez. Su padre se la jugó a las cartas. La valoraron en unos 1.300 euros. Sus piernas, con los músculos comidos por el fuego, guardan la penitencia que a sus quince años tiene que pagar por aquel acto de desesperación.

Pero aquí las cifras son menos esclarecedoras que los refranes. Ahí van tres, famosos entre los pashtunes, la etnia mayoritaria de Afganistán y de la que nacieron los talibanes:

“Todas las mujeres son despreciables, incluidas tu madre y tu hermana”.

“Las mujeres no tienen nariz, comerán mierda si se la das”.

“La mujer: en casa con la tumba”.

“Es cada vez más común. Las mujeres están desesperadas y se queman –nos dijo Mohamedi-. Algunas lo hacen para llamar la atención de sus propias familias o de su familia política. Casi siempre tiene que ver con sus suegras”.

Nos lo contaba Mina Bahawidin, de 18 años. “Mi marido era un buen hombre, pero mi suegra empezó a difundir rumores sobre mí para que su hijo me repudiara. Me quemé para demostrarles que se equivocaban. Ojalá no lo hubiera hecho. Él solo vino a verme una vez, el primer día. Le pedí que me comprara una medicina. Me respondió: ‘Que te la traiga tu hermano Y me abandonó”.

Se diría que lo que Mina, y muchas otras, buscaban quemándose es una demostración de voluntad. Un acto supremo de sacrificio para probar su inocencia en una cultura donde la culpa no es tan importante como la vergüenza. Los rumores que difundía su suegra equivaldrían a la muerte social. Y eso en Afganistán es peor que la muerte física. “Hemos descubierto que en la inmensa mayoría de los casos es la presión de la familia política, los celos de sus suegras o sus cuñadas lo que provoca la situación. Más incluso que los malos tratos”, dice Gloria Company, portavoz de ACAF.

“Lo que no entiendo es por qué escogen ese método tan horrible. Por qué no se cortan las venas. No lo entiendo, solo se aseguran una muerte lenta y horrible. Creo que todo empezó en Irán”, dice Mohammedi.

No lo entiende él ni los expertos que se han acercado a investigarlo. “No se conocen entre ellas, no habían oído hablar del asunto, no es una imitación. No sabemos por qué eligen quemarse en vez de matarse de otra forma. Tenemos claro que el matrimonio forzoso y los malos tratos están detrás del fenómeno.

También que el precursor principal son las familias políticas. Pero no por qué eligen quemarse. Quizás no tienen otra cosa a mano”, dice Gloria Company, que realizó un estudio para ACAF sobre el terreno.

Algunos apuntan a cuestiones culturales más profundas. William Rowe, un geógrafo norteamericano que ha estudiado a fondo la zona de Herat, insinúa que bajo el fenómeno puede ocultarse el concepto zoroástrico del fuego como elemento purificador. “Al fin y al cabo lo que hacen es un intento de reivindicación. De limpiarse de lo que les pasa. Una demostración de voluntad”.

En el país del opio, con cultivos a menos de 50 kilómetros de ese hospital,
no hay morfina para calmar el dolor de ellas.

Al final, una sonrisa.

En la sede de ACAF, en Herat, hay risas entre cicatrices. Allí cuidan de las que sobreviven. Tratan de rescatar de la muerte social a las que han sobrevivido a la muerte física. Las educan, les dan cursos para que busquen un empleo. Les tramitan los divorcios. “Pero sobre todo lo que hacemos, lo más importante, lo que más les ayuda es buscarles amigas. Así de simple. Eso les cura todo. Si pueden hablar y divertirse recuperan las ganas de vivir inmediatamente”, dice Asghar, que hace de delegado local de ACAF en Herat.

Como Rahibe, que carga su cuaderno de poemas y sus cicatrices con una sonrisa irónica que desarma. No hace mucho apenas sabía escribir. “Yo les diría a las mujeres afganas que estén desesperadas que aguanten. Que sigan adelante. Y que intenten divorciarse si no son felices. Es mejor que quemarse. Yo se lo puedo decir porque he sobrevivido”, dice.

Vuelve sobre sus poemas. Busca y encuentra uno, sonríe al verlo:

Cuando me enamoré, hasta el cielo supo que sufría de amor.

Un amor que me hizo llorar siempre.

Llovieron lágrimas sobre mi cuerpo.

Rahibe, ¿por qué siempre que hablas de amor hablas de sufrimiento?

El amor es así.


Por David Beriain

Fuente: EL TELEGRAFO

FOTO: Sergio Caro

6 comentarios:

BeTina dijo...

Tashano! terrible post, muy triste... y una cruda realidad!!


Quería decirte que en mi Blog Instantes Eternos, tengo un PREMIO para vos!! con mucho cariño ya que viene de alguien muy especial :-)

Besotes!!

tashano dijo...

Hola Bet, si que es triste , parece que estos días nos dan por olvidarnos de la realidad... pero el mundo sigue girando de la misma mala forma , en que lo hace desde hace muchos años.
¡Y es tan triste!

Gracias por el Premio, me llena de alegría , amiga.

Un besazo y espero que tengas una feliz entrada de año nuevo.

LOLA dijo...

¡Dios que dura la vida de la mujer en esos paises!¡como se deben de sentir para hacerse algo semejante!¡cuanta desesperacion!¡que miedo vivir en esa agonia!mientras aqui en los paises civilizados nos morimos de pena por no podernos comprar algo,o desear lo del vecino,cogemos depresiones por tonterias...lo de estas criaturas no tiene nombre,y volvemos a lo de siempre¿por que los paises desarrollados no luchan antesemejante barbarie,en vez de luchar por el poder y el petroleo?

tashano dijo...

LOLA.
Espero que estos días de Navidad, lo hayáis pasado muy bien.Con respecto a estas pobres mujeres ... imaginate como se deben sentir, cuanta debe ser su impotencia y desaparición, y nos quejamos porque no podemos tener cualquier tontería(como tu bien dices), volvemos la cara para no ver,para no saber, pero eso esta siempre ... ellas sufren siempre.

Un beso tierno para ti y los tuyos

Kassiopea. dijo...

Hola Tashano, se me han puesto los pelos de punta al leer este post. Qué terrible, qué crudo, cuánto horror. Y lo peor de todo es que el resto del mundo no hace nada para acabar con esto.

tashano dijo...

KASSIOPEA,
Ante que nada ¡Feliz Año Nuevo!.... y si que es verdad que es de una crudeza terrible.
Se hizo mucha publicidad que la invasión era para dar una mejor vida a las mujeres entre otras muchas cosas, pero como siempre ¡Mentira!, son menos que un buen perro.

Eso si los han parido mujeres.